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¿Qué decir al hijo cuando no hace lo que reiteradamente le decimos que haga?

“¿Cuántas veces te lo tengo que decir”? Debería bastar una sola, pero no hay manera.

Miguel Sánchez Zambrano

Es una escena que se ha vuelto tediosamente previsible. Cada tarde, a la hora de irse a casa, comienza en el parque la pelea con el hijo pequeño (5 años). “¡No! ¡No quiero!”. Se acuerda con él “un ratito más”. Pero pasa ese ratito y la escena se repite. En casa, la pelea es con su hermano (10 años). ¿Pones la masa?, dice la madre. “Estoy jugando…”, “no sé hacerlo…”, responde el hijo Hasta acabar en el insulto. Para “mantener la paz”, la madre acaba poniendo la mesa, Después de la cena, bronca, por la película: el padre le prohíbe verla porque acaba tarde. “¡Haré lo que me dé la gana!”, responde el hijo; y su madre trata de convencer a su marido: “Por una día no pasa nada”. Eso se convierte en un triunfo para el chaval, que se vuelve a su padre: “eres imbécil”. O sea, se siente poderoso cuando los padres expresan opiniones diferentes.

FRASES QUE NO FUNCIONAN

“No os peleéis”; “come, no te levantes de la silla”; “venga; que llegamos tarde”; “deja el móvil ya”; “quieres hacer el favor”.

Desterramos esas frases y proponemos otras formas de dirigirnos a los niños, otro tono y ¡hasta otra distancia!: Un metro, que más lejos no sería eficaz, voz firme y seria, mirándole a los ojos y sin dar muchas explicaciones.

El consejo va también para esas madres permisivas y protectoras que solo temen que el niño se frustre.  Desean empatizar con su hijo, pues les da pena: “Pobrecito, es normal que quiera jugar”. Y no tienen en cuenta que el niño logra quedarse jugando. Sin darse cuenta, refuerzan su comportamiento y el niño incrementa su poder sobre su madre.

No decirle: “¿Pones la mesa?”. Mejor: “Ayúdame a poner la mesa”.

Faltas de respeto

Hay que cortarlas e intervenir temprano ante las faltas de respeto. Se le dice: “háblame bien que soy tu madre”. Luego, dar media vuelta e irse. Ni un sermón, ni un dialogo que permita al niño excusarse porque “no ha hecho nada”. Corresponde a los padres decidir dónde está la línea roja.

La merienda

“¿Qué quieres para merendar?”.Si hace esta pregunta, espere una respuesta del tipo: Chuches, chocolate… Y dígale luego que no y se armara la bronca. Una fórmula que funciona es dar a escoger entre dos opciones razonables “¿Quieres un bocadillo de queso o de jamón?”; “¿quieres ducharte ahora o en diez minutos?”. Responderán “en diez minutos”, pero al cabo de ese rato lo aceptarán mejor.

Las peleas

Veamos otras alternativas cuando 2 hermanos se están peleando. Lo habitual es decirles “no os peleéis” (orden que jamás cumplen). Mejor probar así: “Hay algún brazo roto? ¿Hay que ir al hospital a poner algún punto de sutura? ¿No? Pues entonces seguid negociando”.

Las rabietas

“No, ¡qué nooo!” Esta etapa de decir a todo “no”, empieza a los 2 años y suele pillar desprevenidas a las familias. “Pero si no sabe hablar todavía”. Pero sabe decir que no: la temible rabieta que tan al límite le pone al adulto. Es la forma inmadura que el niño tiene de expresar su frustración, su ira o enfado cuando aún no controla las emociones. Se suele superar de forma natural a los 4 años. Le decimos “no llores”. Pero si deja de llorar, mal, porque está aprendiendo a censurar la emoción, no a gestionarla. Si sigue llorando aprende que sus lágrimas ejercen un gran poder sobre nosotros. Y ocurre que, a veces, cedemos y estamos perdidos porque crecen con la sensación de que pueden conseguir lo que quieran llorando. Así que probemos otra cosa: Cuando un niño recibe un “no” como respuesta es muy probable que empiece una pataleta. Podemos decirles “no”, ofreciéndole una alternativa: “Entiendo que quieras pintar, pero en el sofá no puede ser. Sin embargo, puedes hacerlo en este cuaderno”. Otra rabieta típica: no quiere recoger los juguetes. Podemos avisar cinco minutos antes. No menos, porque no le daría tiempo a “cerrar” su juego, ni más, porque se queda absorto en él. Cuando lo haga, refuerzo positivo: “estoy orgulloso de ti”. Más trucos: hacer de algo aburrido, algo divertido. Por ejemplo cronometrar cuánto tardan en recoger los juguetes y ponerles el reto de bajar esa marca cada día, reforzando al lograrlo.

Sabes que tu hija se va a enfadar porque el bocadillo no es de nocilla, así que mientras se lo damos, la distraemos del mejor modo que podamos, con algo que a ella le atraiga mucho: “Ahora vamos a ir al parque y nos vamos a subir al tobogán…”. Y una experiencia propia: Hasta los 8 años los niños mezclan el mundo imaginario y el real. Cuenta una madre que un día iba con su hija en el coche y empezó a decir que tenía hambre y que quería un plátano. Faltaban 15 minutos para llegar a casa y no quería imaginarme ese trayecto con una pataleta, así que cuando llego a un semáforo le dijo: “Menos mal que mamá siempre lleva plátanos mágicos en el bolso”. Lo abrió e hizo como si sacara uno. Pelo el plátano imaginario y se lo dio. Ella se quedó atónita y se lo comió. Cuando la pataleta iba a empezar, la niña pudo gestionar la rabia, gracias a su extraordinaria imaginación.

Vamos ahora a lo más complicado, o sea cuando nuestro hijo ya ha estallado. Entonces es clave actuar como si no nos afectara. Cuesta, pero los Terapeutas de Familia aseguran que es una inversión. Es habitual que nos pongamos a reñirle e incluso que le cojamos a la fuerza del suelo. Pero no, hay que mantener la calma y evitar cualquier intervención. Pretender que nos escuche en ese momento es absurdo y no tiene efecto. Cuando está enrabietado no puede escuchar y menos aún comprender. La rabia es una de las emociones más difíciles, tanto que muchos adultos no saben tampoco gestionarla.

Así que ayudémosle a sacarla “de manera terapéutica”. Aunque nos parezca una solución indeseable y difícil podemos decirle que de cuantos puñetazos quiera al cojín durante cinco minutos para así desahogarse. Y para los veteranos de las rabietas, un par de alternativas: Cuando han tenido muchas, tienen un punto de sobreactuación, así que podemos comentar entre los adultos (sin dirigirse al niño), frases del tipo: “Fíjate cuando chilla, ese gesto que hace con la mano, qué bien conseguido”. Y ante el niño que habla chillando, nada del “¡no chilles! (que a veces soltamos chillando también). La alternativa: “Qué dices? Es que así no te entiendo”.

La comida

Para el “peliagudo” asunto de la comida, este ilustrativo caso de un chico de 6 años, un niño muy inquieto al que le cuesta estar sentado a la mesa. “Siéntate bien, no te levantes…” Con él no funcionan las órdenes. Propusimos que le quitaran la silla: “hijo, llevo tiempo diciéndote que te sientes, pero por fin me he dado cuenta de que no te gusta estar sentado. Así que a partir de ahora quitaremos tu silla y comerás de pie”. Al   principio el chiquillo estaba contento, pero después del primer plato ya pidió sentarse porque estaba cansado “A ti no te gusta estar sentado”, le replicó su madre. Al día siguiente pedía la silla.

LO QUE DECIR Y NO DECIR A UN HIJO

  • No: ¡No os peléis! ¡No chilléis!
  • Sí: ¿Hay algún brazo roto? pues nada seguid negociando
  • No: ¡No llores!
  • Sí: Ya puedes empezara llorar, que es la hora de ir a la cama.
  • No: ¿Qué quieres de merendar?
  • Sí: ¿Quieres merendar Plátano o yogur Natural?
  • No: ¡Qué te comas la verdura!
  • Sí: Cuando acabes la verdura, cinco minutos más de cuento.
  • No: ¡Haz la cama!
  • Sí: ¿Haces la cama ahora o en cinco minutos?
  • No: Eres tonto.
  • Sí: Eso que has hecho es una tontería.
  • No: No dejes la mochila tirada.
  • : Deja la mochila encima de la silla.
  • No: ¡Estudia!
  • Sí: No podemos estudiar por ti, desde hoy estarás 45 minutos en tu escritorio, puedes hacer los deberes o no, tú mismo. (Eso sí, sin dejarle el móvil o la play).

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